Aparte de Portugal, que es casi como una extensión de nuestro país, Francia suele ser la primera salida al extranjero en la que mayoritariamente nos atrevemos a dar los primeros pasos internacionales con nuestra caravana. Dependiendo de donde vivas, Francia puede estar a escasos kilómetros de nuestra casa o a un buen trecho, pero es un lugar ideal para comenzar a experimentar el estilo de caravanismo europeo. Posiblemente, una de las primeras cosas que te llamen la atención es ver circulando una mayor densidad de caravanas por sus carreteras, y es que, frente a las 658 caravanas y autocaravanas que hay en España por cada 100.000 habitantes, en Francia superan los 1.600 vehículos por cada 100.000 franceses. Y eso se nota también en las carreteras. Se puede observar tanto por la cantidad de vehículos que se ven, especialmente si viajas en periodos vacacionales, como por las facilidades que ofrecen, con espacios, aparcamientos, áreas de descanso, e incluso señalización específica para las caravanas. Todos estos motivos nos han llevado a recordar uno de nuestros viajes por la tierras galas para que podáis ir preparando una escapada a nuestro país vecino.
De entre todos los destinos que hemos podido visitar en Francia, nos ha costado mucho decantarnos por uno. Francia está llena de rincones atractivos. Barajamos entre nuestros preferidos: la mítica París, la Bretaña, la costa Atlántica, los castillos del Loira, la Provenza, el Pirineo francés, los Alpes… pero tras muchas vueltas que le dimos, tras una sesión de fotos de los distintos lugares, la icónica silueta del Monte Saint-Michel nos hizo decidirnos por la región de Normandía.
Normandía es una de las 12 regiones continentales de Francia, que se sitúa en el centro de la parte francesa del Canal de la Mancha, entre la Bretaña, y la Alta Francia, y junto a los Países del Loira, el Centro-Valle de Loira y la Isla de Francia (la pequeña región de París y sus alrededores). El lugar que nos hizo decidirnos por esta región, como hemos dicho, el Monte Saint-Michel, seguramente sea el lugar más reconocido de esta región, tanto por los que hemos viajado hasta allí, como por los que solo lo han visto en fotografías. Esta región es mundialmente famosa por algunas de sus playas, que fueron clave en el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial: las playas del desembarco de Normandía. Pero además de estos icónicos lugares, está plagado de rincones sumamente atractivos en los que pasar unos pocos días para llevarnos una idea general de la zona, o perdernos durante unas largas vacaciones.
Para llegar a Normandía, tenemos que cruzar gran parte de Francia, bien sea desde la frontera Atlántica, por Irún, o por la Mediterránea, por La Junquera. Si vas sobrado de tiempo, puedes ir conociendo muchos de los atractivos lugares por los que pasarás cruzando Francia, pero vamos a centrarnos en la ruta por Normandía, iniciándola por el extremo oeste. Aunque nos adentramos ligeramente en la vecina Bretaña, para comenzar esta ruta, nos hemos tomado la licencia de partir de Saint-Malo, una localidad entre la playa y su histórico puerto, con una ciudad vieja, protegida con fuertes murallas de granito para evitar a los corsarios que siglos atrás intentaban hacerse con este bastión. Un paseo por la ciudad intramuros, con antiguas casas originales o reconstruidas (los bombardeos de 1944 prácticamente destruyeron la ciudad por completo), palacetes, calles animadas y bonitas playas al otro lado de la muralla. Frente a Saint-Malo, en la otra orilla del estuario del Rance, se encuentra Dinard, una de las villas de veraneo más antiguas de Francia, con playa llena de casetas de baño y tiendas de lona a rayas. Bordeando la costa desde Saint-Malo hacia el este, se cruza la Gran Playa de Sillon, que conserva las hileras de villas de finales del siglo XIX y la Belle Époque, mirando hacia el Canal de la Mancha. Poco más adelante, una vez que las rocas toman el paisaje frente a la playa, se llega a Rothéneuf, un pintoresco lugar con esculturas de unos 300 personajes esculpidas en las rocas por el padre Julien Fouéré, entre 1894 y 1907. Si te gustan las carreteras de costa con vistas, puedes seguir hasta la Punta de Grouin, y desde ahí, contemplar, con suerte, la isla de Jersey. Continuando, se llega a Cancale, un coqueto pueblo salpicado de casas de pescadores, y desde donde los más valientes zarpaban a pescar bacalao rumbo a Terranova. Como ocurre en otros lugares de la Bretaña, Cancale es especialmente famosa por sus ostras, desde donde se enviaban a la realeza en los siglos XVII y XVIII, así que si se encuentran entre tus manjares preferidos, no pierdas la ocasión.
En Cancale, se abre una bahía, que alcanza Normadía, y en sus orillas se encuentra el majestuoso Monte Saint-Michel. Cuentan que allá por el año 708, el arcángel San Miguel se apareció al obispo de Avranches (una ciudad cercana) para ordenarle que construyera un santuario en el monte Tombe, la isla rocosa sobre la que se sitúa actualmente la abadía. Pero parece que no le prestó mucha atención y hasta que no le hizo una marca en el cráneo no se puso manos a la obra y construyó la capilla inicial. Fue en el siglo X cuando el duque de Normandía, Ricardo I, instaló una comunidad de monjes benedictinos, que progresivamente fueron levantando la imponente abadía que hoy en día es visitada por más de tres millones de turistas cada año, y es Patrimonio Mundial de la Unesco.
Hasta iniciado este siglo, el Monte Saint-Michel estaba conectado con un gran dique que permitía llegar prácticamente hasta la puerta de entrada al pueblo amurallado en esta imponente roca, y era posible aparcar en las explanadas que hay en torno a la isla, aun con el riesgo de que se cubriese de agua con la subida de la marea. La gran afluencia de turistas hizo que se desmontase el dique y haya vuelto a ser una isla, a la que se llega a través de una gran pasarela, bien andando, en autobuses lanzadera o carros de caballos desde los grandes aparcamientos que se sitúan un par de kilómetros tierra adentro. En la zona donde se encuentran los aparcamientos están el centro de información turística, hoteles, un camping y un área para autocaravanas.
Una vez traspasada la puerta de la muralla que rodea el monte, se discurre por una calle empedrada que va ascendiendo por un pueblo, de aspecto medieval y repleto de tiendas, restaurantes y algunos hoteles, hasta llegar al acceso de la abadía. Aunque el acceso al recinto de la isla es gratuito, puede visitarse el conjunto religioso, previo pago, como ocurre en casi toda Francia, pero vale la pena entrar en la abadía y contemplar esta obra maestra de la arquitectura, conocer detalladamente sus 1.300 años de historia, la imponente iglesia, las vistas desde la terraza, el claustro, el refectorio, acceder a exposiciones, espectáculos, o rutas temáticas por los rincones más curiosos de la isla.
Tras la parada obligada en Saint-Michel, se puede continuar la ruta pasando por Avranches, capital administrativa de la comarca, en cuya basílica se conserva el cráneo perforado por el arcángel al obispo fundador, además del museo que contiene los archivos de Saint-Michel. Bordeando la costa hacia el norte, se llega a Granville, una destacada localidad normanda, de tradición pesquera, y famosa por ser el primer puerto de moluscos de Francia, que además, rodeada de murallas, tiene en su parte alta, hileras de casas señoriales y palacetes de los siglos XVI y XVIII. Entre ellas, se encuentra el Museo Christian Dior, la casa y jardines en los que Christian Dior pasó su infancia.
Siguiendo hacia el norte, se van pasando por algunos de los centros de veraneo más antiguos de Francia, como Barneville-Carteret, con su tranquila playa familiar, la playa de Sciotot, o Vauville, hasta llegar a los imponentes acantilados de la Nariz de Jobourg, que con sus 128 metros, son de los más altos de Europa. En la punta noroeste de Normadía, se encuentra la comarca de La Hague, una tierra que nos recuerda a los paisajes irlandeses batidos por el viento y golpeados por las fuertes olas, que la convierten en verdes llanuras sin mucha más actividad que los pastos, y con pequeños pueblos al abrigo del viento, como son Auderville, Saint-Germain-des-Vaux, Omonville-la-Petite y Omonville-la-Rogue.
Continuando por la península de Cotentin, en el extremo noroeste, se llega a Cherburgo, una ciudad ubicada en torno a una inmensa ensenada artificial convertida en un puerto que concentra gran tráfico marítimo y es una rápida conexión con el sur de Inglaterra, si quieres alargar más allá de los mares tu viaje. El gran atractivo de Cherburgo es La Cité de la Mar, un museo sobre la conquista del mar y los fondos marinos, con multitud de ingenios, aparatos y maquetas sobre la investigación marina, que se aloja en la antigua estación marítima trasanlántica, que data de 1933. En la visita, además, puedes hacer una inmersión interactiva por los fondos abisales y visitar el Redoutable, el primer submarino nuclear francés.
En el extremo oriental de la península, se encuentra Barfleur, con un coqueto puerto, muy apreciado por sus famosos mejillones, casas de granito, pequeños restaurantes junto al puerto y una curiosa iglesia casi fortificada entre apiñadas casitas que se protegen de las tempestades. Descendiendo hacia el sur, se llega a Saint-Vaast-La-Hougue, una apacible localidad pesquera, con un puerto encantador, que ha sido elegida como el pueblo preferido entre los franceses, también conocido por sus ostras, y desde donde se puede hacer una excursión en barco anfibio a la cercana isla de Tatihou, fortificada en el siglo XVII, que ha servido de lazareto, prisión y laboratorio de biología marina.
Siguiendo la costa, hacia el oeste, se llega a otro de los lugares más famosos de Normandía: las playas del Desembarco. Entre la Punta de Hoc y Ouistreham, en el verano de 1944 tuvo lugar uno de los combates más determinantes de la Segunda Guerra Mundial. Casi 80 años después, aún queda la huella de aquella batalla: búnkeres, cráteres de bombas, bloques de cemento por cualquier lugar, monumentos recordando el episodio y tumbas de miles de víctimas de ambos bandos, se salpican en este tramo de costa. Son dignos de visitar los cementerios, tanto en el caso de los americanos, como el cementerio de Colleville-sur-Mer, con sus impresionantes e impolutas praderas llenas de cruces blancas perfectamente alineadas, como el caso de los alemanes, en el cementerio de La Cambe, más sobrio, pero igualmente imponente, con los nombres de los fallecidos perfectamente repartidos entre algunas cruces. Como ejercicio de reflexión, vale la pena observar las inscripciones con los nombres de los soldados, de ambos bandos, y calcular la edad de su fallecimiento, la mayoría entre los 17 y 20 años, que muestran lo terrible de esta contienda. La Punta De Hoc, en el extremo oeste de las playas, fue el lugar escogido por los alemanes para instalar una poderosa batería de cañones, y que fue asaltada por los rangers americanos, hoy se mantiene casi intacta, como la dejaron los soldados el 8 de junio de 1944. La más famosa de las playas del desembarco fue la playa de Omaha, que agrupa las playas de los pueblos Vierville-sur-Mer, Saint-Laurent-sur-Mer y Colleville-sur-Mer. Aproximadamente en el centro de la playa, en la Avenida de la Libération de Saint-Laurent-sur-Mer, se sitúa el gran Monumento de la playa de Omaha, y junto a él, ya en la arena de la playa, las esculturas Les Braves, que rinden homenaje a los miles de soldados que dieron sus vidas durante los días del desembarco. En toda esta zona, además de multitud de restos de la contienda, que pueden verse en cualquier rincón, hay museos, con información, documentos, vehículos…
En el extremo oriental de las playas del Desembarco, en el interior, pero a poca distancia de la playa, se encuentra Caen, una de las principales ciudades normandas, con calles medievales y más de mil años de historia. Nacida de una isla fortificada por los normandos en la confluencia de los ríos Orne y Odon, fue la ciudad preferida de Guillermo el Conquistador, quien hizo construir un castillo y dos abadías: la abadía de los Hombres y la abadía de las Damas. Sitiada por los ingleses desde 1346, permaneció en su propiedad hasta 1450. Pero Caen se vio muy afectada por la Segunda Guerra mundial, y tuvo que ser reconstruida alrededor de los monumentos que sobrevivieron y que fueron restaurados. Hoy en día, combina de manera acogedora sus casas en piedra, sus monumentos antiguos y sus edificios modernos. Hacia el estuario del Sena, se encuentra la fotografiada playa de Deauville, el pueblo costero de la elegancia y del buen gusto, famosa por sus coloridas sombrillas.
El último tramo de nuestra ruta por la costa de Normandía discurre desde El Havre, moderna ciudad reconstruida tras la Segunda Guerra Mundial, a la que se llega a través del imponente puente que permite cruzar el Sena en su desembocadura, hasta la desembocadura del Somme, otro importante río francés. El lugar más encantador de esta zona seguramente sea la costa en torno a Étretat. La llamada Costa de Alabastro, denominada así por la blancura de sus acantilados, provoca una sucesión de estampas de rocas que se hunden en el agua creando formas sorprendentes. Étretat se popularizó como un pretigioso lugar de veraneo ya en el siglo XIX, surgiendo multitud de villas en torno a su popular playa, eso sí, de grandes guijarros. Las aventuras de Arsène Lupin hicieron famoso el lugar, y actualmente es muy visitada para contemplar los acantilados y su famoso Porte d’Aval, un arco natural esculpido en la roca, que pueden verse desde las rutas a pie que hay salpicadas de miradores hasta la vecina Fécamp, la que fue principal puerta de entrada del bacalao procedente de Terranova. Esta localidad es admirada hoy por sus casas de pescadores que bordean el puerto y la iglesia en el acantilado, que ofrecen una estampa única. Un poco más al norte, se llega a Veules-les-Roses, un pueblo costero característico por sus calles floridas a orillas del río más corto de Francia, que nace a poco más de un kilómetro de la costa. También en la costa normanda, a menos de 200 kilómetros de París, se encuentra el que fue el primer núcleo de veraneo de Francia, hace ya 200 años, Dieppe. Consolidado como núcleo turístico pionero, en torno a su paseo marítimo se aglutinan tiendas y cafés, pintorescas calles con viejas casas de pescadores y unos paisajes que mantienen esta localidad como una de las más visitadas.
A orillas del río Somme, cierra la bahía Saint-Valery-sur-Somme, un agradable pueblo que se extiende en la desembocadura con un largo dique que se convierte en un paseo delante de pintorescas casas, junto a un barrio de modestas y estrechas casas de pescadores. En frente hay un gran espacio natural, el parque ornitológico de Marquenterre, donde la diversidad de la naturaleza se muestra en su esplendor con dunas, bosques de pino, humedales, cañaverales… donde las aves han encontrado un espacio ideal para sus épocas migratorias.
Pero también Normandía tiene sitios interesantes en su interior, no solo en la costa. Desde Ruan, viajando hacía París, bordeando el Sena, encontramos lugares tan impresionantes como las ruinas de la hilatura de Levavasseur, una antigua fábrica de hilos, del siglo XIX, que parece una catedral, y que se destruyó por un incendio pocos años después, pero permanecen majestuosos sus restos entre la vegetación del río Andelle. Junto a estas ruinas se encuentran otras joyas como la abadía de Fontaine-Guérard, del siglo XIII, de la que se conserva la iglesia, la residencia monacal y los jardines de plantas medicinales. Camino de París se llega a Giverny, que revitalizó Claude Monet, ya que fue el lugar donde escogió vivir hasta su muerte. Allí se conservan su casa, con sus jardines, convertida hoy en la Fundación Monet, y el estanque de los nenúfares, que inmortalizó en su ciclo de pinturas Nenúfares.
Artículo también disponible en nuestra revista 14, de primavera de 2023.